o
bh
32
Y al decir esto sacaba del bolsi-
llo y enseñaba la carta encontrada
en la cartera de Vicente Favoral,
aquella carta tan dudosa el día an-
tes y en aquel momento tan clara :
«No concibo tanta negligencia.
Es preciso acabar con el asunto Van
Klopen... ahí está el peligro...»
El comisario de policía echó un
vistazo a la carta, y contestándose
a sí mismo más que dirigiéndose a
su interlocutor, murmuró:
—No cabe duda alguna que es al
crimen de hoy al que hacen alu-
sión esas recomendaciones tan ur-
gentes, y al dirigirse a Vicente Fa-
voral dan una prueba inconcusa de
su complicidad. El era quien esta-
ba encargado de acabar con el asun-
to Van Klopen, es decir, con Lu-
ciana, y jugaría doble contra sen-
cillo a que este abominable y re-
pugnante plan, ha sido amasado por
él con el falso cochero muerto.
El comisario permaneció unos
instantes sumido en honda medita-
ción, añadiendo luego:
¿Pero quién hacía estos encar-
g0s a Vicente Favorald '¿Lo sabe
usted, señor Marqués?
Los dos se miraron.
El mismo nombre acudía a sus
labios : ]
—La baronesa de Thaller...
Sin embargo, ambos guardaron
el nombre sin pronunciarlo sus la-
bios.
El comisario de policía se había y
acercado al mechero de gas que
alumbraba el cuartito de los espo-
sos Fortin, y poniéndose los anteo-
ojos examinó la carta con la más
escrupulosa atención, fijándose en
el papel, en la tinta y en los carac-
teres de la letra.
Por fin dijo:
—Esta carta no puede constituir
EL DINERO DE LOS OTROS
una prueba palmaria, irrecusable,
tal como nos es necesaria para Ob-
tener del juez una orden de deten-
ción.
Mario movió la cabeza con des-
aliento.
—Esta carta está escrita con la
mano izquierda, con tinta corrien-
le y en papel vulgar de ese que se
encuentra en todas partes—añadió
el comisario. —Luego, como las le-
tras escritas con la mano izquierda
se parecen... deduzca usted la im-
portancia del documento...
Pero el marqués de Tregars no
se dió por vencido.
Espere usted—contestó.
Bre vemente y con la mayor exac-
litud, refirió su visita al hotel de
Thaller, su conversación con la se-
ñorita Cesarina, su entrevista con
la Baronesa, y últimamente, la con»
ferencia celebrada con el Barón.
De un modo concreto y con gran
relieve describió la escena desarro-
lada en el salón grande, entre la
Baronesa y el hombre sospechoso,
aquella ceca escena que un es-
pejo le reveló hasta en sus más in-
sjenilicantes detalles...
La cuestión se iba aclarando in-
sensiblemente.
Aquel sujeto de miserable aspec-
to había sido uno de los que habían
intervenido en el atentado.
tevelábalo la turbación de la Ba-
ronesa cuando le envió su tarjeta
/ la premura con que salió a reci-
Dir le.
Si la señora de Thaller sintió un
estremecimiento de terror cuando
le habló al oído, fué, sin duda, por-
que le daba cuenta del crimen ya
cometido.
Si después hizo un gesto de ale-
ería, sin género de duda fué que el
desconocido le anunciaba que el co-
+