Full text: El dinero de los otros

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Y al decir esto sacaba del bolsi- 
llo y enseñaba la carta encontrada 
en la cartera de Vicente Favoral, 
aquella carta tan dudosa el día an- 
tes y en aquel momento tan clara : 
«No concibo tanta negligencia. 
Es preciso acabar con el asunto Van 
Klopen... ahí está el peligro...» 
El comisario de policía echó un 
vistazo a la carta, y contestándose 
a sí mismo más que dirigiéndose a 
su interlocutor, murmuró: 
—No cabe duda alguna que es al 
crimen de hoy al que hacen alu- 
sión esas recomendaciones tan ur- 
gentes, y al dirigirse a Vicente Fa- 
voral dan una prueba inconcusa de 
su complicidad. El era quien esta- 
ba encargado de acabar con el asun- 
to Van Klopen, es decir, con Lu- 
ciana, y jugaría doble contra sen- 
cillo a que este abominable y re- 
pugnante plan, ha sido amasado por 
él con el falso cochero muerto. 
El comisario permaneció unos 
instantes sumido en honda medita- 
ción, añadiendo luego: 
¿Pero quién hacía estos encar- 
g0s a Vicente Favorald '¿Lo sabe 
usted, señor Marqués? 
Los dos se miraron. 
El mismo nombre acudía a sus 
labios : ] 
—La baronesa de Thaller... 
Sin embargo, ambos guardaron 
el nombre sin pronunciarlo sus la- 
bios. 
El comisario de policía se había y 
acercado al mechero de gas que 
alumbraba el cuartito de los espo- 
sos Fortin, y poniéndose los anteo- 
ojos examinó la carta con la más 
escrupulosa atención, fijándose en 
el papel, en la tinta y en los carac- 
teres de la letra. 
Por fin dijo: 
—Esta carta no puede constituir 
EL DINERO DE LOS OTROS 
una prueba palmaria, irrecusable, 
tal como nos es necesaria para Ob- 
tener del juez una orden de deten- 
ción. 
Mario movió la cabeza con des- 
aliento. 
—Esta carta está escrita con la 
mano izquierda, con tinta corrien- 
le y en papel vulgar de ese que se 
encuentra en todas partes—añadió 
el comisario. —Luego, como las le- 
tras escritas con la mano izquierda 
se parecen... deduzca usted la im- 
portancia del documento... 
Pero el marqués de Tregars no 
se dió por vencido. 
Espere usted—contestó. 
Bre vemente y con la mayor exac- 
litud, refirió su visita al hotel de 
Thaller, su conversación con la se- 
ñorita Cesarina, su entrevista con 
la Baronesa, y últimamente, la con» 
ferencia celebrada con el Barón. 
De un modo concreto y con gran 
relieve describió la escena desarro- 
lada en el salón grande, entre la 
Baronesa y el hombre sospechoso, 
aquella ceca escena que un es- 
pejo le reveló hasta en sus más in- 
sjenilicantes detalles... 
La cuestión se iba aclarando in- 
sensiblemente. 
Aquel sujeto de miserable aspec- 
to había sido uno de los que habían 
intervenido en el atentado. 
tevelábalo la turbación de la Ba- 
ronesa cuando le envió su tarjeta 
/ la premura con que salió a reci- 
Dir le. 
Si la señora de Thaller sintió un 
estremecimiento de terror cuando 
le habló al oído, fué, sin duda, por- 
que le daba cuenta del crimen ya 
cometido. 
Si después hizo un gesto de ale- 
ería, sin género de duda fué que el 
desconocido le anunciaba que el co- 
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