Full text: El dinero de los otros

inicia 
en la calle del Circo... Así es que 
las exigencias de Thaller por un la- 
do, y las de la Baronesa por otro, 
me volvían loco. Tomaba el dinero 
de mi caja como de una mina in- 
agotable, y previendo que un día 
me echarían mano por haberse des- 
cubierto mis desfalcos,  levaba 
siempre en el bolsillo un revólver 
cargado para saltarme la tapa de 
los sesos. 
Efectivamente, sacó a medias 
de su bolsillo y enseñó a Mario un 
revólver, 
-¡S1 siquiera no me hubiese si- 
do infiel! — continuó, animándose 
poco a poco.—¡Pero cuánto sufri- 
miento! ¡Cuando el marqués de 
ro 
Pregars volvió a París, y trataba 
de dejarlo sin camisa, se entregó a 
él! Entonces me decía: «¡No seas 
necio! ¡no quiero más que su di- 
nero; sólo te amo a til» Pero cuan- 
do el Marqués murió, tuvo otros 
amantes. Nuestro hotel de la calle 
del Circo era para ella y para Ce- 
sarina un lugar de libertinaje. ¡Y 
yo, ruin y cobarde, lo aguantaba 
todo, temiendo perderla y que no 
pudiese gozar más del fingido amor 
con que correspondía a mis inaudi- 
tos esfuerzos y sacrificios! 
¡Y hoy me traiciona y me deja- 
rá solo! Todo lo ocurrido ha sido 
inspirado por ella, para proporcio- 
narme una cantidad que nos per- 
mitiese huir y vivir solos, en Amé- 
rica... Ella es la que me inspiró la 
innoble comedia que he represen- 
tado, para ser al final responsable 
de todo. Thaller, por su parte, ha sa- 
vado muchos millones impunemen- 
te: yo no he substraído más que 
1.200,000 francos y estoy perdido. 
Todo su ser agitábase con gran- 
des estremecimientos y su rostro se 
puso rojo... 
344 EL DINERO DE LOS OTROS 
Luego se levantó y blandiendo 
las cartas que había ido a buscar, 
exclamó : 
— ¡Pero no está dicho todo! Ten- 
go aquí pruebas fehacientes que no 
conocen ni el Barón ni su mujer... 
Tengo la prueba de la indigna es- 
tafa de que fué víctima el marqués 
dy Tregars... Poseo la prueba de la 
criminal comedia representada por 
el falso barón de Thaller y por mí 
para despojar a los accionistas del 
Crédito Mutuo... 
— ¿Y qué espera usted?...—pre- 
guntó Mario. 
Vicente Favoral se reía estúpida- 
mente. 
—( ¿Yo? Voy a ocultarme en cual- 
quier barrio mísero de París y ci- 
taré a Eufrasia para que venga a 
verme... Sabe que tengo 1.200,000 
francos y vendrá... Acudirá mien- 
tras tenga dinero y cuando no lo 
tenga... 
Pero se interrumpió, retroce- 
diendo con los brazos en alto, como 
para apartar de sí una visión terro- 
rífica... 
La señorita Gilberta entraba en 
aquel momento. 
—¡Hija mía!...—tartamudeó el 
miserable.— ¡Gilberta !... 
- —La marquesa de Tregars- 
Mario. 
Una indecible expresión de terror 
y de angustia alteraba el rostro de 
Vicente Favoral. 
Comprendió que había llegado su 
último momento. 
— ¿Qué piden de mí?...—balbu- 
ceó. 
El dinero que ha robado usted, 
padre mío — repuso la joven con 
acento inexorable,—el millón dos- 
cientos mil francos que tiene usted y 
luego las pruebas que posee, y en 
fin... las armas. 
dijo
	        
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