38 EL DINERO DE LOS OTROS
poseía una imaginación viva y un
temperamento fogoso, no podía
amoldarse a esta existencia tran-
quila, a aquel trabajo monótono en
que no había dificultades que ven-
cer, rivalidades de amor propio, ni
satisfacciones por el resultado ob-
tenido con que envanecerse.
Pronto se cansó.
Había encontrado en la Escuela
de Derecho antiguos condiscípulos
de la Institución Massín, cuyos pa-
dres residían en provincias, y que,
por consecuencia, vivían sin vigl-
lancia alguna en el barrio Latino,
y frecuentaban más la cervecería de
la Source o la Closerie des Lilas que
las aulas.
Envidió su existencia alegre, su
libertad sin límites, sus placeres fá-
ciles, su cuartito amueblado y has-
ta el bodegón en donde comían, a
eródito, lo que les daban, a fin de
reservar el dinero de la pensión pa-
ra las diversiones en que había que
pagar al contado.
Mas, ¿por qué no recurrir a la
señora Favoral?
La pobre mujer había trabajado
tanto, sobre todo desde que la seño-
rita Gilberta era casi una joven ca-
sadera, había economizado tanto,
había restringido tanto los gastos
de la casa, que a pesar de los nu-
merosos anticipos que hacía a su
hijo, poseía una suma de bastante
consideración.
Cuando Máximo quería dos o tres
luises, le bastaba pronunciar una
palabra. Y el joven la pronunciaba
con frecuencia.
Así, alcanzó reputación como ju-
gador de billar, tuvo su pipa culo-
tada en una cervecería, bebía su
ajenjo antes de la comida, y por la
noche se ejercitaba en trasegar
bocks de cerveza,
Todo esto lo hizo bastante audaz,
y asistía a los bailes de Bullier, co-
noció los gabinetes particulares de
Foyot, y por último tuvo una
amante.
Una tarde que el señor Favoral
hubo de ir a la orilla izquierda para
despachar un asunto, tropezó inopi-
nadamente con su hijo, que iba con
el cigarro en la boca y dando el bra-
zo a una joven pintarrajeada y ves-
tida de un modo que hubiese enca-
britado al caballo de un coche de
punto.
Presa de un indecible furor vol-
vió Favoral a su casa de la calle de
Saint-Gilles.
— ¡Con una mujer ! —gritaba con
acento de pudor sublevado.— ¡Con
una perdida!... ¡Mi hijo!...
Y cuando el hijo se presentó en
casa con la cabeza baja, el primer
impulso de Favoral fué emplear los
procedimientos de castigo puestos
en ejecución en otro tiempo.
Pero Máximo acababa de cumplir
diez y nueve años.
Al ver el bastón alzado sobre él,
palideció intensamente, y arrancán-
dolo de las manos de su padre, lo
rompió con la rodilla, arrojó violen-
tamente los pedazos al suelo y aban-
donó la habitación.
— ¡No volverá a poner los pies en
esta casa ! —gritó el cajero del Ban-
co de Crédito Mutuo fuera de sí an-
te un acto de resistencia que le pa-
recía inaudito.—Le arrojo de aquí.
Hagan ustedes un paquete con su
ropa y que se lo lleven al primer
hotel que encuentren. ¡Que no vuel-
va a presentarse delante de mí!
La señora Favoral y su hija le
suplicaron de rodillas por espacio de
largo tiempo, hasta que, al fin, re-
vocó su resolución.
— ¡Nos deshonrará a todos !—re-