EL DINERO DE LOS OTROS 65
sido prevenida de antemano, anun-
ció:
—El señor Costeclar.
La señora Desclavettes inclinóse
al oído de la señora Favoral que es-
taba sentada junto a ella en el sofá :
— ¡Ah | es muy simpático este jo-
ven, muchísimo.
El aludido creíase un ser supe-
rior.
Gesto, actitud, sonrisa, todo en
el señor Costeclar denunciaba la
completa satisfacción de sí mismo
y el aplomo del hombre acostum-
brado a ser adulado.
Su cabeza, demasiado pequeña,
apenas tenía cabellos, pero los es-
casos que la adornaban estaban ar-
tísticamente alineados hacia las sie-
nes con una raya en el centro y cor-
tados en forma de abanico sobre la
frente.
Su tez plomiza, sus labios exan-
gúes y sus ojos tristes, no revela-
ban gran riqueza de sangre, lo cual
estaba sobradamente compensado
por una magnífica nariz cortante y
curva como una hoz y por una bar-
ba de color indefinido cortada a lo
Víctor Manuel y que hacía gran ho-
nor al peluquero que la cultivaba,
De primera impresión, se creía
conocerle, porque se asemejaba a
trescientas o cuatrocientas perso-
nas de esas que pasan diariamente
por la acera del café Riche y que se
encuentran en todas partes donde
acude la multitud con ánimo de di-
vertirse, en la Bolsa o en el Bosque,
en los estrenos de los teatros muy
escondidos para no pasar inadver-
tidos en el fondo de los proscenios,
cuyas delanteras se ven adornadas
por damas con trajes llamativos, y
en los coches de las carreras donde
se bebe champaña a la salud del
vencedor.
BL DINERO.—5
Habíase acicalado conveniente-
mente para la ceremonia: frac de
amplias mangas y chaleco escotado
en forma de corazón, que dejaba
ver la brillante pechera de la cami-
sa en la que ostentaba una esme-
ralda.
—Es todo un hombre de mundo
—Aijo la señora Desclavettes,
El señor Favoral se precipitó a
salir a recibirle; pero el visitante
apresuró el paso, y tendiéndole las
dos manos al encontrarse a mitad
del camino, le dijo:
—No puede usted suponerse, mi
querido amigo, cuán obligado le
quedo recibiéndome en medio de su
familia y de sus respetables ami-
Bos...
Y saludó en general después de
expresarse en un tono seco, condes-
cendencia de un gran señor que se
digna visitar la casa de humildes
plebeyos.
—Tendré el gusto de presentarle
a mi mujer—interrumpió el cajero
del Crédito Mutuo.
Y acercándose a la señora Favo-
al:
—El señor Costeclar—dijo,—el
amigo de quien hemos hablado tan-
tas veces.
El señor Costeclar se inclinó en-
cogiéndose los hombros, describien-
do un círculo con su afilado cuerpo
y dejando caer sus brazos hacia ade-
lante.
—Soy demasiado amigo de Fa-
voral — dijo, — para no conocerla
desde hace mucho tiempo, para ha-
cer justicia a sus méritos y para ig-
norar la ventura tranquila de que
goza y que todo el mundo le envi-
dia...
En pie cerca de la chimenea los
huéspedes habituales del sábado se-
guían con el más vivo interés todos