NIÑAS DESAPARECIDAS 25
sidente de la República... Es amigo de todos
y todos quieren complacerle. Esto, a la postre,
se traduce en órdenes que llueven sobre mí;
órdenes contundentes que es necesario obede-
cer. Me juego mi prestigio y el prestigio de
toda la policía... Es necesario—me dice el Mi-
nistro—que se averigiie el paradero de la hija
de los señores Lacea y de todas esas niñas que
desaparecen por arte de magia... Es necesa:
rio... ¡es necesario !... Y además es humano...
¿No lo cree usted así?
Por fin hizo una pausa el Jefe de Policía ;
había disparado su verbosidad como si cada
palabra fuera el detonante de un peine de ame-
tralladora. Mientras hablaba así, Pedro Sán-
chez intentó por dos veces detener la carrera
loca de aquel regimiento de palabras que se
escapaban de la garganta de su jefe, como en
un «sálvese quien pueda». Por fin, ahora, a
la pregunta de «¿No lo cree usted así?», el
inspector pudo convertir en diálogo el monó-
logo catilinario de aquel celoso director de
Seguridad.
En efecto —dijo—es necesario que se acla-
re este misterio por varios motivos y, entre