que le dejaba solo con el marido. Era con él pre-
cisamente con duien Román deseaba plantear la
cuestión.
—Mire usted—dijo resuelto en cuanto los dos se
hallaron cara a cara—. He terminado con Maruja,
sencillamente porque...
—No me diga usted nada—interrumpió el en-
cuadernador—pordue lo sé todo.
—¡Ab! — preguntó Román sorprendido—, ¿lo
sabe usted?
—Todo. Me lo ha contado Consuelo. Sé que
la otra mañana la niñita se fué de juerga a una ta-
berna con unos pollos “bien” y otras frescales como
ella. |
—¿Y qué más?
—Pues que además tuvo la poca vergúenza de
decirle a usted que no tenía importancia. Ya ve
cómo lo sé todo.
—No, no lo sabe usted todo, porque todavía
hay más.
—¡Más!l—exclamó el hombre dando un salto en
la silla y contrayendo el rostro con un gesto durí-
simo—. ¡Qué quiere usted decir!
Román se arrepintió. Se dió cuenta en el acto
de que la familia seguía desconociendo la verdadera
gravedad de la conducta de Maruja y no quiso ser
él, naturalmente, quien los sacase del error ni les
abriera los Ojos. Rectificó confuso:
—Hay más, porque esa pobre chica no se en-