AA
mm Y
—Puede ser el domingo—propuso Pepita.
—Sí—asintió él—, eso es mucho mejor; un do-
mingo.
—Fste que viene.
—No; éste no sé si estaré libre. Pero, en fin, un
domingo cualquiera. Me dejáis vuestras señas y yo
os avisaré.
—Pero que no se te olvide.
—No, ricas; no se me olvida. Ahora mismo las
apunto.
Terminó el almuerzo y con él la entrevista, Ro-
mán se despidió de ambas en la puerta del restau-
rante, después de insinuarles delicadamente si nece-
sitaban algo, ofrecimiento que en el acto rehusaron
las dos, ,
—No, no, muchas gracias—le dijo Marujita—.
No necesitamos nada. Si nos vamos contigo no es
por interés.
—Mujer — observó él—, en ti lo comprendo,
pero, ¿y Pepita?
—Ni¡ Pepita tampoco.
—No—confirmó ella—, yo tampoco. Para mí
basta que seas amigo de Maruja. Además, que
como Maruja dice bien, gracias a Dios, no lo ne-
cesitamos.
— 167 —