—|Y qué necesidad había de due Maruja se en-
teraral Haberme escrito directamente a mí.
—¿Habrías acudido?
—¿Por qué no?
—¡Qué lástima! —dijo él ingenuamente.
Y ella sin dejar de sonreír:
—Tú has tenido la culpa.
—¡Con lo que a mí me gustabas!
Ella volvió a duedarse pensativa.
—|¡Pero de veras tienes deseos de mí!
—¡Chiquilla de mi alma, no he de tener deseos
si me gustas con locura, si me has gustado siempre,
desde el momento en que te vil
Pepita le sosegó con un gesto discreto.
—Calla, no grites..., baja la voz.—Hizo una pausa
y muy quedito: —Pues si me das palabra de guar-
dar el secreto, por mí cuando tú guieras. Pero ha de
ser con reserva absoluta y sin que se entere nadie.
Comprende el compromiso en que me pones dada
ñ mi situación... Mira, chiquillo, que me voy a cagar...
Se fué con ella aquella misma tarde. Era una
criatura deliciosa. No le había engañado Maruja.
Pero cuando más enloquecido estaba, bendiciendo
al azar que se la puso en el camino y la imaginación
deshecha y loca, corría desenfrenada, hacia la nueva
felicidad que le brindaba el porvenir, ella comenzó a
hablarle de las dificultades de la vida y los apuros
económicos que le suponía en aquellos instantes la
$ adquisición urgente del equipo de boda,
— 172 —