—Perdona—dijo él—, no te había visto.
Y E me di cuenta. ! or es0 vine yO. Iba con
unas amigas y lo dejé todo para salir detrás de ti.
Hace tiempo que te vengo buscando. Tengo nece-
sidad de hablar contigo.
—¿Conmigo?—inquirió Román un si no es rece
loso—. ¿Y de qué?
—Abhora lo verás. No es cosa de soltarlo en me-
dio de la calle. Si no tienes prisa podemos entrar
en un café, me convidas y charlamos un poco.
El accedió condescendiente.
—Bueno.
Entraron en el primero que encontraron a mano;
acomodáronse ante una mesa, cerca del mostrador,
ella pidió percebes y Cerveza, él café con churros, y
en cuanto el camarero los hubo servido abordó la
cuestión.
—Pues tú diras.
—Oye: ante todo, ¿sigues empleado en la Em-
presa cinematográfica?
—Sí, ¿por qué quieres saberlo?
—Porque precisamente es de eso de lo due voy
a hablarte. Yo quiero hacer películas. Al chico, sí,
estoy decidida; me he convencido de que esa es mi
única y verdadera vocación. Á mí siempre me gus-
tó la pantalla, pero de algún tiempo a esta parte me
he dedicado a ir todos los días al cine, no como
espectadora, sino como profesional, a estudiar ya
aprender, y he visto por comparación que tengo
++
E