A as E A
—Fsta tarde—decía ella- -VvOy a salir.
Muy bien—contestaba él sin meterse en más
averiguaciones.
Ella entonces aclaraba:
—Voy a casa de Fulanita.
—Perfectamente.
-Debías acompañarme.
Con muchísimo gusto.
—-Di tienes que hacer y no puedes subir me de-
jas en el portal y luego vas a recogerme.
—Como quieras.
—¿A qué hora irás a buscarme?
—A la que tú me digas.
eb le parece a las ocho?
—Me parece muy bien.
Don Periguito se blantaba a las nueve. La se-
ñora se había ya marchado,
—¿Hace mucho?—inquiría.
—¡Huy!—le contestaban—, más de media hora.
—|WVaya por Dios!—respondía don Periquito re-
signado—. ¡Qué le vamos a hacer!
Y se volvía tranquilamente a casa. Ántes de que
su mujer tuviera tiempo de recriminarle él aborda.
ba la cuestión.
—Llegué cinco minutos después de haberte tú
marchado. ¡Ya ves que lástima!
—|Siempre te pasa lo mismo!
—¡Qué quieres, hija... la fatalidad! Yo iba a mi
r >
hora, pero me encontré con un AmIgO...
— 198 —