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— KÑÁ A
—Decidirme... ¿a qué?
—A conduistarle. Es la mejor manera de saber
si le gustan o no le gustan las mujeres. Así sales
de dudas.
Laura se echó a reír.
—Si no fuese tan viejo, sería cosa de pensarlo.
—¿Viejo? ¡Pues no dices que le encuentras tan
joven!
—Mujer, AepiraR Además, me daría mu-
cha vergiienza. Le he conocido desde chica, con
las falditas cortas, y me inspira grandísimo respeto.
Don Periquito es para mí como si fuese mi padre.
Me parecería un incesto.
Bromas a un lado, era verdad que Laura Pastor
estaba intrigadísima. No contenta con abrumarle a
indirectas y preguntas siempre que se le presentaba
ocasión de hablar con él a solas o delante de ami-
gas que le inspirasen confianza, en cuanto le veía
aproximarse a un corro femenino se ponía a obser-
varle disimuladamente, pero con tal detenimiento y
tan viva atención, que no se le escapaba una sola
de sus actitudes ni el más insignificante de sus ges-
tos. Le este continuo espionaje Laura Pastor sacó
dos convicciones: una que don Periduito era hom-
bre muy cauto y muy correcto; y otra que le gus-
taban las mujeres de modo extraordinario, con e€s-
pecialidad las chicas jóvenes y aun dentro de éstas
las redonditas y bien contorneadas. Le había basta-
do para convencerse ver cómo a pesar de toda su