—|¡Pero es posible, hija mía, que no hayas teni-
do habilidad para recuperar esa correspondencia!
—¡No la tengo! —clamó desesperada—. He hecho
lo imposible. He apelado a todo: mimos, zalame-
rías, ruegos, llantos..., inútil. O yo soy muy torpe
o él es insensible. Por eso, agotados todos los re-
cursos vengo a verle a usted; para que usted me
oriente, me aconseje y me salve. Usted es un hom-
bre mundano y muy listo..., tiene usted muchos
“conocimientos, trata usted a mucha gente...
Don Periquito dejó el cigarro en el cenicero y
se quedó mirándola con profunda atención.
—Tú has pensado algo. Cuando vienes a verme
es que tienes un plan. ¿Qué has pensado, Laurita?
—Pues mire usted, don Periquito, la verdad.
Yo había pensado en que usted podía hablar con
alguien de la Policía, con alguno de esos detectives
particulares que se dedican a esta clase de asuntos y
usted seguramente debe de conocer... Usted podría
exponerles el caso y ver qué solución aconsejaban,
ya que deben estar habituados a intervenir en ellos
y no será el primero que en su profesión se les
haya ofrecido. Yo no lo puedo hacer directamente,
porque para mí sería muy violento, mas para usted
es cosa fácil. Estas cuestiones son más sencillas para
tratadas entre hombres.
—(Juita, quita—protestó él—, nada de interven-
ciones policíacas. Todo ello no serviría más due
para complicar y agravar el asunto. Precisamente
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