se las trae a pares. Pues sí que estoy haciendo un
bonito papel. Como esto dure mucho...
Pero en aquel momento oyó roce de ropas, el
taconeo de unos zapatos, el ludir de una puerta y
los pasos que se alejaban con dirección al pasillo.
Rápidamente volvió a cambiar de asiento y se aco-
modó de nuevo en la butaca al lado del balcón.
Poco después llegó don Periquito.
—Perdóname, hijita de mi alma, pero ya te ha-
brán dicho...
=0í, sí, ya me han dicho que tenía usted visita.
-Dos chicas hermanas, huérfanas de un coronel
que fué gran amigo mío. La mayor hace oposicio-
nes a Correos y ha venido:a pedirme gue la reco-
miende.
—Sí, ¿eh?—exclamó Laurita riendo jovialmente
y apuntándole con el dedo a la cara—. Pues aconsé-
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rouge due no destiña,
jelas usted que usen un
porque ahí, en el carrillo, cerca de la nariz, le han
dejado a usted la señal.
—Abh, ¿sí?—dijo don Periguito sin inmutarse—.
¡Vaya por Dios! Te advierto que no tiene nada de
particular, porque las conozco desde chiquirrititas.
Las he visto nacer.
Se acercó a la consola y mirándose al espejo se
quitó con la punta del pañuelo la mancha de car-
mín. Laura seguía riéndose. El la reconvino, ame-
nazándola con el índice:
—No seas mala, Laurita, no seas mala,
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