entonces es cuando estalla el acto delictivo, brutal,
estúpido o sublime, según sea la categoría y condi-
ción del desdichado que lo comete. La Historia y
la Literatura están llenas de ejemplos de esta clase.
Desde los amantes de Teruel hasta los amantes de
Verona, desde Werther a Larra, todos los ¿randes
amadores que llegaron al sacrificio heroico de su
vida, lo hicieron sencillamente porque después de
un camino erizado de dificultades les cerró toda es-
peranza la mano despiada del Destino. Imaginen
ustedes por un momento que Werther se hubiera
visto correspondido por Carlota. ¿Qué habría pa-
sado? Probablemente que una vez consumado el
vulgar adulterio, a los dos o tres meses, satisfecho
el antojo, los hubiera separado el hastío, quién sabe
si el remordimiento y la vergienza de haber ultra-
jado a un pobre hombre que no lo merecía. Supon-
gamos igualmente que el señor Montesco y el se-
nor Capuleto, en lugar de oponerse a los inocentes
amoríos de sus vástagos les hubieran otorgado des-
de el primer día, con el consentimiento familiar,
todo género de facilidades para llevar a cabo el ma-
trimonio. Pues el tal matrimonio se habría disuelto
en la vulgaridad anónima y corriente y a estas horas
nadie tendría el menor atisbo de que en el mundo
real o de la fantasía—iqué más da para el casol—
habían existido Romeo y Julieta.
—Todo eso está muy bien—interrumpió la se-
ñora de la casa—. Todo eso es muy bonito, pero no