ca, A »- ed
—No, no, caballero; indudablemente se trata de
un error. ( Jsted me confunde con otra a guien por
lo visto me parezco mucho.
—Esto es absurdo, senorita—protestó él a su vez
rápido y nervioso—. ¡Cómo me voy a confundir!
Ella entonces se guedó pensativa.
—¿Cuánto tiempo podrá hacer de eso que usted
supone?
—L)os meses.
—Hace dos meses estaba yo en la cama muy
malita con unas fiebres de cuarenta y un grados.
—¿Ha estado usted enferma?
—Sí, muy mala. Creían que era el tifus. Afor-
tunadamente no pasó del susto. Me restablecí pbron-
to y ahora me encuentro muy bien. Mejor que
antes.
—De modo que ha estado usted sin salir de CASA...
—Cerca de mes y medio. .
—¿Y no se acuerda usted de las cosas que le su-
cedieron en los últimos días anteriores a su enfer-
medad?
—No me acuerdo de nada. Pero indudablemen .
te algo extrano debe de haberme ocurrido, porque
todos los que me conocen dicen que soy otra.
—Señorita—dijo él resueltamente—, ro tengo un
interés enorme en hablar con usted para que aclare-
mos esto. ¿Usted me consiente que la invite a un
aperitivo en cualquier parte, para que charlemos un
rato!
PT GN