cuatro terrones del paquete. A Maruja le gustaban
los agrios; a María los dulces. La diversión predi-
lecta de Meruja eran las revistas alegres y desenía-
dadas de Maravillas y Martín; se aprendía de me-
moria las canciones procaces y reía a mandíbula ba-
tiente con los chistes desvergonzados que a María
le ruborizaban.
—¡Qué gracioso! —decía larujita, con los ojos
salpicados de lágrimas de tanto reír.
—¡Qué asco! —exclamaba indignada María—,
Iqué indecencia! ¡Parece mentira que esto le guste
a nadie!
El pobre Román estaba cada vez más confuso.
¿Cómo puede explicarse—se decía—que esta criatu-
ra sea a un mismo tiempo tan ardiente y tan casta?
Y la otra por el contrario, tan despreocupada y
tan fría... ¿Cuál de las dos es preferible? Cada una
bor su estilo, las dos son deliciosas; pero ¿cuál vale
más? En este cambio absurdo, ¿he salido ¿ganando
o he salido perdiendo?
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