Monasterio de Piedra y hasta Burgos, si me apu-
ras un poco.
—¿Pero a Burgos se puede ir y volver en el día?
—Saliendo un sábado por la tarde para regresar
a la noche siguiente, sobra tiempo. Son doscientos
treinta y nueve kilómetros, que se hacen muy bien
en cuatro horas y media.
—AÁ mí no me gusta ir de brisa.
—Yo voy pocas veces de prisa. A prudencia no
me gana nadie. En buena hora lo diga, nunca me
ha ocurrido nada. Las dos únicas averías que he
sufrido, me las hicieron en las calles de Madrid a
coche parado, una un camión y otra un volquete.
El que viaje conmigo puede estar tranquilo de que
va seguro.
—¿Porque conduces muy bien?
—No; porque tengo serenidad y voy siempre
con mucha precaución. A mí, de frente no hay
quien me dé un cacharrazo.
Eso creía él. Y sin embargo se lo dieron. Fué
una noche volviendo del Plantío. A la salida del
Parque del Oeste, en el momento de ir a doblar la
Curva fara entrar en Rosales, surgió un coche lan-
zado, con los laros de carretera encendidos. Román
se deslumbró; tocó el claxon, guiso dar marcha
atrás, pero no tuvo tiempo, pordue el otro pasó
como una bala, le aplastó una aleta, le arrancó el
parachoques, se llevó un faro, le dió una vuelta en
redondo y le saltó el parabrisas. Todo esto se lo
po y
e