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—¿Alguna de las que vinieron esta mañana?—
inquirió la enfermera.
—Sí, la más joven.
—¿La del vestido encarnado?
Sin saber por qué Román se sobresaltó.
—¿Dice usted que traía un vestido encarnado?
—Sí, un vestido muy lindo y muy bien hecho
y que le sienta muy bien. Tiene un tipito muy
mono, muy de muchacha moderna. ¿Es su novia
de usted?
e
—éLa que le acompañaba en el coche cuando
ocurrió el accidente? ¡Pobre criatura, qué susto se
llevaría? ¿Y no le pasó nada?
— Afortunadamente, bor lo visto, nada más que
el susto.
—Que ya es bastante.
—¿Cree usted que un susto de estos puede te-
ner consecuencias?
—Consecuencias... ¿de qué?
—¡Qué sé yo!—dijo él preocupadísimo—. Esta
mañana su hermana me contó que ayer le dieron
ataques.
—¡Pobre muchacha! No tiene nada de particu-
lar, sobre todo si es un poco nerviosa. Puede que
a mí me hubiera sucedido lo mismo.
—éEs usted nerviosa?
—AR yo mucho.
No pudieron seguir, porque en aquel momento
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