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una antorcha con largo mango, la apagaban, metiéndola den-
tro de aquel enorme apaga cirios.
-—Dentro está la clave para la solución. Vea el papel—
dicó Filis, alumbrando con su linterna eléctrica el interior del
cono, donde se veía un papelito blanco.
— Ya lo veo—dijo el coronel y trepando por los hierros alar-
gó la mano y cogió el papel. Bajó. Filis le aguardaba con su
lápiz y un cuadernito en la mano.
—Alúmbreme con ésto—dijo, alargándo la linterna—mien-
tras yo lo copio. Dícteme.
El coronel obedeció.
—Agquí dice: “Si A igual Z, Z igual a A. Por consiguien-
MLALYABECIALSILZW.
—¡Muy bien! —exclamó gozosa la chiquilla, sin que Stn-
ckland pudiese comprender la causa de tanta alegría, mi la loca
disposición de aquellas letras y añadió:
-—Ya lo he copiado. Ahora vuelva usted a dejar ese pa-
pel donde estaba.
—Sí; pero no se vaya usted, que quiero saber lo que todo
eso significa; deme su palabra—pero Filis no le hizo caso y
echó a correr en dirección a la plaza Berkeley, donde había ido
Fu amiga con el auto.
El coronel, obediente, volvió a trepar por los hierros del arco
y a colocar el papel clave dentro del apagavelas y se dirigió
hacia el auto, donde Filis escribía sobre su cuaderno las com-
binaciones que le sugería la clave.
A su lado, un complaciente policía alumbraba con su lin-
terna sorda el papel, mientras el motor del coche palpitaba como
si también tomara parte en la emocionante diversión de la caza
del tesoro.
—Ya lo voy descifrando—gritó encantada de sus progresos.
Había escrito todo el alfabeto en columna, de arriba abajo, de
la Aa la Z y al lado, en otra línea paralela ala primera, había
repetido el abecedario; pero a la inversa, empezando por la Z
y terminando por la A.
—A... A.. .—repetia—B ...— y sin parar de escribir
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