-——Con Corina—dijo y aquel nombre hizo el efecto de una
bomba que explota.
—«¿Con Corina ?—rugió el político, dando un salto.
—Con la mismísima Corina—recalcó el coronel.
-—«¿Con que sí, eh? No me extraña que no quisiera usted
decírmelo, ¡Corina! ¡Caramba con esa mujer!
El nombre de la bailarina le había hecho el efecto de un
hierro candente en una llaga. Julián se agitaba como una fiera
enjaulada. Se consumía de rabia.
NA indignadd—. ¡La dichosa Corina!
¡Ella había de ser! ¡Y Ariadna desapareciendo con ella! ¡Eso
era lo que faltaba! ¡Huir con ésa y sin decir a dónde! ¡Qué
vergiienza; todo Londres se enteraría! ¡Corina, la danzarina
de los cabarets! ¡Corina, la que tiene el cerebro en los pies!
¡Corina, la...! ¡Wálgame Dios!
Se secó el sudor que corría por su rostro y se volvió hacia
Strickland.
-——Usted, coronel, está metido en todo este lío. Entre los
tres le han armado ustedes. ¡Ya, ya tengo noticias de usted!
De modo, que mientras que yo me sacrificaba por mi patria,
Ariadna y Corina, ayudadas por usted, preparaban el viajeci-
to. Ellas partían primero: la condesita con la mujerzuela de
los clubs de noche. A continuación iría el galán. ¿A dónde, a
Deanville, a Aix?; son playas muy divertidas. Yo no puedo
iz a esos lugares de veraneo. Mis obligaciones me lo impiden.
Ransome no podía parar. Un torrente de palabras acudía a
su boca y salían atropellándose unas a otras.
Strickland, en medio de todo, no pudo menos de reconocer
que el joven político no carecía en absoluto de razón.
En este desagradable y misterioso asunto de Corina y Archie
Clutter. Ransome había estado en la más completa ignorancia.
Deliberadamente, ni Ariadna ni él le habían dicho una palabra,
para no poner trabas a su carrera política, de la cual, el coro-
nel, con todo lo que había oído aquella noche, estaba hasta la
coronilla; pero Julián ignoraba todo aquello, por eso Strickland
le interrumpió, diciendo:
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