Full text: El único tigre

vió agitarse y dirigirse hacia la ventana. El coronel siguió com 
la broma. 
——¿Has leído el periódico de esta mañana, Soames? 
—Eso, sí, señor; como siempre; me gusta estar al tanto de 
lo que ocurre. 
—« Y ni aun así puedes decirme el nombre de ningún sub- 
secretario? 
—No, señor. 
—Bueno, Soames. Eso es todo. 
Pero para el criado no era todo. Habia quedado muy mal, 
había puesto en evidencia su ignorancia en los asuntos políticos 
y quiso sincerarse, pero sus explicaciones acabaron de remachar 
el clavo. 
Cerca ya de la puerza dió media vuelta y rascándose la ca” 
beza, exclamó: 
——Perdonen los señores; pero con todo respeto les diré mu 
opmión. No digo que los políticos de hoy sean unos ignorantes, 
pero no les llegan al tobillo a los antiguos. Dispensen mi 1gno- 
rancia, pero me parece que la gente ahora considera al Parla- 
mento coro una casa de locos o de hospital de incurables, don 
de los diputados se ocupan más de sus cosas, de lo que van 
a comer, de lo que van a hacer sus mujeres, de mil cosillas que 
no le importan al país. Por eso ya yo no leo nada de política, 
como en otros tiempos. 
AL terminar aquella catastrófica apología, Soames se retiró. 
Dos minutos después el coronel decía: 
—Pues este Soames es un hombre muy bien informado. 
Ransome, muy serio, muy digno, se apartó de la ventana. 
Creo que ya no tenemos más que hablar—dijo—. Adiós, 
coronel. 
—Ya cerca de la puerta, y sin volver la cabeza, hizo una 
cbservación, en el mismo tono de voz en que el coronel había 
hablado. 
—Ya sé que he dicho algunas cosas que usted juzgará ton- 
terías. Me voy sin saber lo que quería; muy disgustado, ver: 
daderamente decepcionado. 
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