pasado por pruebas semejantes, Ahora le tocaba a él y había
de salir del paso lo mejor que pudiese.
-—Es un asunto muy largo —murmuró.
—Pues tómese todo el tiempo que quiera, coronel. ¡Cow-
cher, sirva champán al coronel Strickland!
Strickland pudo entonces conocer al corresponsal de Caroli-
na; un hombre de cara gruesa y plácida, mofletudo, de ojos
pequeños, calvo. Con mano firme llenó de espumoso vino la copa
de Juan, con la tranquilidad que llenaría la de Corina en la
noche de su histérica y torpe declaración, sentada, quizá, en
el mismo sitio que él. Las ventanas, como en aquella noche,
estaban abiertas; pero ahora el sol iluminaba el verde jardín, en
donde los pájaros píaban y trinaban y las aguas del río brilla-
ban con resplandores dorados,
En la noche memorable, era la luna la que rielaba plateada
sobre la líquida corriente.
Strickland, reconcentrando sus recuerdos, encontró un caso
de conversión al budismo y pudo salir del atolladero con bastan-
te lucimiento.
La mayor parte de los comensales desaparecieron una vez
terminado el almuerzo, otros se fueron a tomar café al jardín,
hasta que quedaron solos en el comedor Culalla y el coronel,
——Coucher; nosotros tomaremos el café aquí—dijo Culalla y
al salir el criado se dirigió a Strickland—: Me figuro que es-
tará usted impaciente por saber todo lo que tengo que contarle
de las preciosas fugitivas.
—Esta mañana he recibido carta de Ariadna y me ha en-
terado de lo mucho que le deben a usted, pero no conozco de-
talles de la huída.
Culalla hizo el relato completo y detallado del episodio.
—-Así, pues, las dos muchachas están en Villa Laura, como
canarios enjaulados—añadió, riendo y acercando la botella de
coñac a su intelocutor—. Pero no es eso sólo lo que he hecho.
Aún hay más.
——¿ Algo sobre Clutter?
—Sí; sobre él y su amigo Hospel Roussencg. Hay que ha-