que despedían destellos rojizos, moviendo lentamente la cabe-
za de un lado para otro, como una gran cobra antes de dar el
mortal mordisco. Strickland se encogió para no ser visto, horro-
rizado y pensó que Luzbel tendría un aspecto igual el día de
su caída,
El hombre miró a las estrellas como para orientarse, y de
repente desapareció veloz. Strickland hubiera creído que era
presa de una alucinación a no haber oído el ruido que en su
carrera producía al pasar y abrirse camino por entre los mato-
nales de la jungla.
Aquel fué el único tigre que aquella noche vió por allí.
FO
TAN
en
y
AAA A A 2
21