fijándose en el grabado de la revista, al depositar la bandeja
sobre la mesa y añadió—: ¡Qué pronto ha descubierto usted
esto, mi coronel !
-—Como que usted se ha arreglado para que no iardase mu-
cho———contestó con rapidez Strickland, cogiendo uno de los
vasos.
—Esa fotografía fué tomada dentro del recinto del club,
durante las carreras de caballos de Gatwick. Día de lluvia, pero
cuando se tomó ya había escampado.
Sobre el césped se veía a dos muchachas de pie con im-
permeable. Cada una de ellas tenía en las manos un cuaderni-
to y un lápiz para apuntar las apuestas. Estaban muy serias y
como cansadas o abrumadas por alguna pena. El pie del gra-
bado decía: “Lady Ariadna Ferne, a la derecha, y la famosa
bailarina Corina, a la izquierda, en las carreras de Gatwick”.
—Esto es lo que yo quería que usted viese—indicó el ca-
A: pitán—. Por eso le he traído aquí. ¿Qué le parece a usted?
—Es un magnífico retrato de lady Ariadna—-indicó Stri-
E ckland.
$ —¿ Y qué más?
-—¿Qué más? Pues que a juzgar por la expresión de sus
rostros, estas dos encantadoras muchachas perdieron el dinero
en las apuestas—contestó el coronel,
—«¿ Y qué más ?—nsistió Thorne.
——¿Qué más? Pues que, por lo visto, las clases aristocráti-
cas de Inglaterra se han hecho más generosas en sus simpatías
p y hacen más justicia que antes de 1914, a las personas que se
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s
elevan por sus propios méritos. Se han democratizado. Pero eso
| no me hace falta adivinarlo, porque conociendo como conoce a
lady Ariadna sé que tiene amigos de muy diferentes esferas so-
ciales y entre sus buenos amigos, yo mismo me precio de ser
uno de ellos, y déjeme usted que le sea franco, capitán l'horne.
A pesar de esa diferencia de clase social que se nota entre sus
amistades, hay una cosa de común en todas ellas: no hay una
que dude de la lealtad y fidelidad de lady Ariadna.
La aclaración podía haberse tomado por pedantería si el
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