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CAPITULO X
BANQUETE EN EL SEMÍRAMIS
El banquete en el Semíramis tenía que ser un acontecimiento
entre la aristocracia de Londres, desde el momento en que lord
Culalla había aceptado su presidencia.
—Va a ser un exitazo de ingresos—había anunciado a los
satélites que le rodeaban y a los que había encargado de colo-
car tarjetas, sin que (por eso no se dejase de ocupar él mismo
de semejante filantrópica misión.
Era un hombre del que se hablaba mucho; sus amigos, y los
que algo esperaban de él, hablaban bien; los otros, o mal o no
se ocupaban de él. Hacía veinte años que no era más que el
señor Bramber, uno de tantos comerciantes vulgares de Austra-
lia que había ido a la capital de la Madre patria; un hombre
joven, de apenas treinta años, desconocido, pero con una fortu-
na asombrosa, cuyos millones no se llegaban a contar. “l'enía dos
buenas cualidades para subir y medrar: la de acaparar dinero
y la de conquistar amistades. Las había adquirido; muchas
y buenas y todas le eran fieles, y en cuanto a la primera nadie
se la podía negar. Sería tonto, beocio, sin inteligencia ni instruc-
ción, como decían los envidiosos, pero el caso es que el dinero
lo atraía como el imán a las limaduras de hierro. Gedeón Bram-
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