compañía, oyendo tocar un “vals” en el salón contiguo? No
abandonarlo todo para bailar me hubiera parecido una traición
imperdonable. Cada nota de los violines hubiese sido para mí
un reproche punzante, como una puñalada que me repetiría:
“¡Ricardo, anda a bailar!”
—«e Y ahora? ¡Qué diferencia, aquí me tienen ustedes!
¡Ehen fugaces, Porthume, Porthume! Este sole a la Marguery,
este caneton a la Presse, este vaso de Chatearu Lafitte, que le-
vanto en alto para recrearme con un color de rubíes fundidos
son todo mi amor. ¿ Y qué hubieran sido para mí hace años?
Aunque hubiese sido Lafitte de 1900, nada. Comparado con
un “vals. .., nada—y para celebrar esta muestra de su in-
genio y su oratoria lanzó una carcajada chillona.
Madame Chrestoff miraba con ojos de asombro al incan-
sable hablador y no hacía más que soltar interjecciones, que no
se sabía si eran de extrañeza o de disgusto, interjecciones que Tla-
maron la atención a Stricklnad, que no creía que fuesen
de Checoeslovaquia y de las cuales el orador no hizo
el menor caso. La escuchaba como quien oye llover. “lampoco
se fijó el parlanchín en las miradas de odio que le dirigía Ariad-
na; sólo le preocupaban los oídos que creía estaban pendientes
de su oratoria y del auditorio, al que se figuraba gobernar
y conducir, como un bandido conduce a una caravana de tu-
ristas apresada en las montañas.
La estentórea voz del maestresala vino a terminar con aque-
lla molesta perorata, que tenía aburridos a los del grupo.
—¡Excelentísimos e ilustrísimos señores, damas y caballeros:
llenen las copas y guarden silencio! El presidente, lord Culalla,
va a brindar!
Durante este y los subsiguientes brindis, todos los que habían
soportado la pesada charla de Ricardo, se pusieron de acuerdo
para mo volver a dejarle tomar la palabra, y en el momento
en que volvieron a sentarse en sus puestos, todos a una empeza-
ron a hablar de música, de sociedad, sin ton ni son, con tal de
no dejar meter baza al pesado hombrecillo.
Madame Chrestoff relataba el cómo y por qué había dejado
90
L
|