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guerrero, quieres manchar la pureza de tu
acero clavándolo en un corazón tan generoso ?
Le aborrezco. Es un enemigo de nues-
tra religión.
¿Sólo por eso le aborreces? ¿No tienes
otro motivo?
—(Quizás.
—Habla. 1
—No pueda. |
Te lo mando. :
Inclinóse humildemente el esclavo y mur-
imuró :
—Hija de mi rey, te obedezco, porque ni
la desgracia ni la esclavitud pueden men-
guar tu grandeza. Esa frente que hia ceñido
real corona y ante la cual se postran en
nuestra patria el pueblo y los guerreros, só-
lo debe humillarse ante Dios. Por eso al
verte en este calabozo al lado de un infiel...
¡ Nelusco!—interrumpióle Sélica.
—¡Oh! piensa que le detesto.
Y acercándose a Sélica añadió con ronca
VOZ;