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nente; ahí arriba el cabo de las Tormentas.
—Donde: han ido a estrellarse tus naves,
¿no es verdad ?—interrumpió la esclava con
singular entonación.
—Verdad es—dijo Vasco fijando en Sélica
su límpida mirada.—¿Conoces tú estas tie-
rras ?
—Esclava me trajeron a, ellas, y en ellas
tuve la dicha de conocerte, señor.
—Desdichada dicha—observó el marino;
—pues en mi egoísmo te hice venir conmi-
j go, para hundirte conmigo en el fondo de
una obscura ral
—Donde brilla la luz de tus ojos y de tu
| inteligencia, no existe obscuridad. ¿No sal-
dremos de aquí?
Yo bien lo espero.
¡Ay, cuánto deseo volver a ver el sol!
- Y pisar el suelo de tu patria. ¿Verdad?
y —6$1 a ella debes ir tú, señor, gozosa lo pi-
saré,
po. ¿Ves? esta línea señala la costa de Occi-
dente del Africa; aquí el mar; ahí el conti-
o