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calabozo e ba a hospedarse en la morada de
don Alvaro de Arregas.
El noble caballero quiso que permaneciese
en su compañía.
Allí supo, de boca de éste, que a la maña:
na siguiente se hacía don Pedro a la: vela
para emprender su proyectada expedición.
Con él partían su esposa y los dos escla-
vos que él cediera y cuyo importe había
rehusado Vasco admitir.
—Y ¿he de ver, en mi impotencia, que
ese hombre, que ha robado la felicidad de mi
vida, me robe al mismo tiempo la gloria que
con tantos afanes había preparado ?-—decía
Vasco con amargo acento,
—Pero, decidme—dijo don Alvaro.—¿Te-
néis completa seguridad en vuestros cálculos!
—Completa.
—Y si tuvleseis una nave...
—1Iría donde me había propuesto,
Don Alvaro no dijo más.
Pero al despertar el alba salía de Lisboa
un hermoso y ligero buque, que, favorecido