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—¡Tu esposa!—replicó Sélica enajenada
de gozo.—Piénsalo bien, porque siendo espo
sa tuya tendré celos de todo, hasta del re
cuerdo de aquélla que no existe ya. Díme,
¿tendrás valor para ello ?
“—A tu lado, Sélica, lo olvido todo.
—¿Todo?—dijo ésta con desconfianza.
—¡ Todo!l—repitió Vasco.
—Júralo delante de Dios.
—Delante de Dios te juro ser siempre
tuyo.
—¡Mío! ¡Mío! ¡Ahb, qué felicidad |—pro-
rrumpió la reina.
Y ebria de dicha se arrojó en los brazos
del dueño de su corazón y de todo su sér,
Confus
1ss voces de hombres y mujeres lle-
von en aquel momento a oídos de los
Volvió Vasco la cabeza y un espectáculo
Del LO. Si pr sentó ante su vista
Un po de soldados indios conducían a
1 unas mujer europeas.
Africana. —10