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LA TORRE DEL HAMBRE
En la solitaria torre que se erguía por sobre
las aguas, con las copas de las corpulentas en-
cinas y los torreones de la abadía de Divielle por
horizonte, el día se le hizo muy largo a Jacoba.
A medida que el sol recorría su órbita de fuego,
se ponía nerviosa, iba creciendo su agitación. Su
inconsciencia pasiva de horas antes, cedía el puesto
a repentinos temores, a temores irrazonados, ahora
que el caballero no estaba allí para devolverle la
tranquilidad y la confianza.
Su imaginación, exaltada por los horrores de
los días que acababan de transcurrir, evocaba
aquellos momentos terribles...
Y la inseguridad del presente, el miedo a lo
porvenir, hacía temblar a la joven.
¿Y si Santos no volvía?
¿Y si le detenía en el camino algún obstáculo ?..,
¿El terrible marqués en persona ?...
La hija del conde de Fleurs había sufrido tanto,
que ya sólo esperaba desventuras...
Lentamente cayó la tarde.
Desde la terraza que dominaba la torre de aguas
bellas trataba Jacoba de sondear las profundas
tinieblas, la masa sombría del follaje del cercano
bosque. Por allí era por donde Santos había pro-
metido volver aquella noche...
Y Santos no volvía...
Jacoba esperaba en vano... Las estrellas se en-
cendían en el cielo azul, en tanto que se apagaban
las contadas luces de la abadía de Divielle. Sólo
una persistía en el ángulo de un torreón. Aquella
era la celda del hermano archivero, quien tra-
bajaba ¡hasta una hora muy avanzada de la noche,
examinando antiguos manuscritos.
Luego esta lucecilla se apagó a su vez, brusca-
mente,
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