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o
—¡Ten cuidado!
—¡Te repito que mientes, Barbarroja, antiguo
Pirata siciliano convertido por la fuerza y por
la suerte en dey, o más bien en jefe de los
corsarios de Argel!... Yo iba a salir de las he-
ladas aguas del río, llevando entre mis brazos a mi
compañera, que ahogaba, cuando tú me atur-
diste con un golpe de remo... Entonces fuí una
presa fácil para un valiente de tu calaña, Arudch,
confiésalo.
El dey corsario rió en silencio.
—Continúa,—articuló irónicamente.—Escucho...
—Es fácil, ¡cobarde! burlarse de un hombre, en-
cadenado y sin armas. ¡Devuélveme mi espada
un minuto, un solo minuto, ¡tunantel y veremos
si te ríes de tan buena gana!
Paulino, a pesar de sus ligaduras, dió un paso
hacia adelante.
A este gesto amenazador, Arudch esbozó un movil-
miento retractil.
Pero ya la pesada mano de Almanzor había
caído sobre el hombro del prisionero y le man-
tenia inmóvil.
¡Nada de bravatas, Paulino de la Garde!l—
gritó Barbarroja, —¡te costarán caras!
Menos caras que la mazmorra en la que me
tienes encerrado hace quince meses. Ya hace
dos días que te proporcionas el placer, exento de
peligros, de hacerme comparecer encadenado en
tu presencia. ¡Dime lo que quieres de mí, y que
esto concluya!
—¿Que concluya?... ¡Aun nol Mi verdugo es
el que acabará contigo cuando yo crea que has
sufrido bastante.
—dáPor qué este odio?
H—¿Por qué? Voy a decírtelo...
Arudch se bebió otra taza de moka, y, clavando
Una mirada rencorosa en Paulino, que seguía
descubierto y al sol, comenzó:
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