Cuando volvió, cargado de cosas, el enmascarado
sacó de debajo de su capa un pañuelo,
—Acercaos, —ordenó.
Y tapó los ojos de Guillermo con el pañuelo,
atándolo fuertemente.
—¡Dulce Jesús! ¡No hagáis daño a mi marido,
monseñor!-—exclamó Mariana cayendo de rodillas
ante el enigmático personaje.
—| Callaos, mujer!—articuló con dureza éste. —
Vuestro marido no corre ningún peligro. Va sen-
cillamente a prestarme un servicio que le pagaré
bien, y volverá dentro de unas horas. Pero,
¡tened cuenta con la lengua, y que nadie sepa
hunca que esta noche me he llevado yo a Gui:
llermo... de lo contrario podéis daros por muertal
Tenía cogido por un brazo a Guillermo, y le
arrastraba hacia afuera. Saltó a la silla, hizo
que el albañil montase detrás de él, y espoleó a
su montura.
Pesquidouse, a quien estorbaban- sus útiles de
trabajo, estuvo a punto de perder el equilibrio,
—¡Agarraos a mí, vive Dios!- -gritó el extraño
caballero, —¡y fuerte!
El albañil se aferró al enmascarado. Éste picó
espuelas. El caballo pegó un bote, y salió como
una flecha, El ruido de su galope se perdió pronto
a lo lejos,
En la puerta, que había quedado abierta,
Mariana, medio muerta de miedo y de angustia,
clavaba los ojos en las densas tinieblas en las
que parecía aumentar el fragor de la tempestad...
Santos, algo pálido y muy serio, acercóse
a ella y le preguntó:
—¿Sabéis, Mariana, quién pueda ser ese hom.
"e enmascarado ?
—|Ayl no, señor,—sollozó la mujer.—No sé
más que una cosa: que se ha llevado a mi pobre
Guillermo... que seguramente va a hacerle daño:..
—Escuchad, Mariana, -dijo el médico de los
pobres con autoridad.—Tengo la certidumbre de
que vuestro marido no corre ningún peligro... Lo
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