vado... Pero, señora duquesa, ¿me diréis por qué
serie de circunstancias maravillosas y de milagrosas
casualidades... ?
Wanda le interumpió con vivacidad:
—Luego... dentro de un momento... ¿Sabéis algo
del vizconde Robur de Vaudrey?
—¡Ay!... mi cautiverio en Argel ha sido mucho
más largo que el vuestro, señora... y no tengo
ninguna no/icia de mis amigos.
—¡ Chist!...—articuló la duquesa, poniéndose un
dedo sobre los labios.—Aquí soy un simple mari-
nero; tenedlo presente, capitán.
—Pero, ¿por qué este traje?
—¡Ah! barón, en mi vida ha habido muchas
transformaciones de este género, y muchas mu-
$ danzas...
—i¡A vuestra edad?
Sí, tengo que imponer castigos por mí y por
mi familia... Monsieur de Vaudrey ha aceptado
' con este motivo misiones peligrosas (1); las
cumplirá, porque es un esforzado caballero, y por
Y amor a mí... Pero hay venganzas que debo llevar k
y a cabo yo sola, y por eso es por lo que me he
ñ convertido en un marinero español...
41 —¿Cómo puede caber el deseo de venganza en
mi un alma tan hermosa y buena como la vuestra ?
pp Wanda respondió gravemente:
ñ —La venganza es un manjar de los dioses y
Y de los reyes. Exige valor, por lo demás. | Cuántas
¡NN personas son magnánimas por cobardía única:
10 mente!
—¿Y vuestro regimiento de lansquenetes grises,
esos admirables soldados que prestasteis generosa:
mente a nuestro rey Francisco ?
4 — Siguen al servicio de Francia, y mandados por
un oficial de Su Majestad, el teniente Mérovic.
Feliz él, que ha tenido el honor de sustituiros!
¡Pero más feliz aún el que viva cerca de vosl
IAN
(2) Véase El Capitán de la Garde de Jarzac.
148