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Fué a su regreso del lago de Aguas Bellas.
Santos dió un rodeo bastante grande para volver
a la casa que habitaba en el pueblo de Saint-
Elme, en donde se proponía proveerse de víveres
para ir de nuevo a la torre,
En la revuelta de un camino,-—explicó Di-
dier,—mesire de Lusignan tropezó con un grupo
de criados del castillo de Puyanne, los cuales
maltrataban a uno de sus caballos, que se ne-
gaba a andar. Aquellos hombres, excitados por
la bebida, pegaban brutalmente al animal; éste
no podía dar un paso: un clavo mal puesto atrave-
saba el casco y penetraba en la carne, causán-
' dole un dolor “intolerable.
«Lusignan se lo hizo observar al sargento que
iba al frente del grupo, formado por dos lacayos
g y tres palafreneros.
»5u intervención fué muy mal recibida.
»El sargento, un bárbaro con cara de borracho,
y cogió a Santos por un brazo, y le apartó violenta:
mente, diciendo:
»—|Largo de aquí!
»La respuesta fué tan pronta como severa.
»Una bofetada terrible cayó sobre la mejilla
del sargento, que rodó por el suelo cuan largo
era.
»Cuando se levantó, furioso, echando espuma.-
rajos, una daga brillaba en su mano.
»Se precipitó sobre Santos.
»Y Santos no tenía armas.
LL
»Podos aquellos borrachos se abalanzaron a San-
tos, que los esperó a pie firme. Pero en tal
ocasión, una buena espada hubiera sido más útil
que todo el valor del mundo. ¿Cómo resistir, sin
armas, la acometida de seis galopines locos de
rabia, hartos de vino, y, provistos de garrotes,
puñales y látigos?
»Un minuto después, el caballero, tras de una
valiente defensa, yacía en el camino con el cuerpo
l lleno de heridas.
»Los agresores le dejaron por muerto, y huyeron.»
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