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e
a
—¡ Pertectamente!-—declaró Santos.—Vamos a sa-
ber a qué atenernos.
Guillermo y Mariana le miraban con asombro,
sin comprender,
Es fácil, —continuó el doctor.—Cada vez que
el caballo subía una cuesta, os escurríais por las
ancas; cuando la bajaba, íbais a dar contra el
otro jinete; cuando el animal caminaba por te-
rreno llano, estabais en equilibrio.
—|Es verdad!—aprobaron los esposos, sorpren-
didos por esta lógica perspicaz.
—Ahora procurad recordar e
que Os sentisteis resbalar haci
atrás.
—Al principio no iba demasiado mal la cosa...
Yo me mantenía derecho.
—Es natural, puesto que aun caminabais por
esta meseta...
Después dí un cabezazo contra la espalda del
enmascarado...
—Primera bajada. Ésta nada nos dice, ya que
hay que bajar para ir a todas partes.
—Luego un poco de calma, y en seguida hubo
un momento en que casi me ví en la cola del
caballo.
—Entonces no estabais en el camino de la
abadía de Divielle, ni en el de Tartas, que son
llanos; ¿antes de subir la cuesta cabalgaríais lo
inenos media hora?...
—Eso no. La calma sólo duró lo que se tarda
en rezar una Ave María.
—Ya tenemos dos caminos de los que no de-
bemos ocuparnos. ¿La otra subida fué larga?
——Me pareció interminable.
—No era, pues, el camino de Montfort, porque
en él no hay nada más que dos cuestas” muy
Cortas.
—A poco fuí a dar contra las espaldas del jinete,
que me dijo: «¡Apretad las piernas! ¡Os vais
a caerl»
a.
número de veces
2 delante o hacia
23
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