-—Tenéis razón, señor; pero esta misma tierra
la hay en un espacio de una legua larga. Aun no
hemos conseguido nada.
—¡Un poco de paciencia!... Decidme, Guillermo +
cuando el caballero enmascarado fué a buscar
agua, ¿tardó mucho?
—Unos minutos.
—¿Estaba jadeante ?
—Nada de eso.
—De modo, que no había subido ni corrido,
y el agua estaba cerca... No debía ser una fuente,
porque hubiera tardado más tiempo en llenar
el cuezo.
—Ciertamente. Debió llenarlo de una vez. Ahora
recuerdo que el cuezo estaba mojado por todos
lados.
—Lo metería en una balsa, o en un río. Pero
el agua de las balsas está turbia.
—Aquella era muy clara.
—Entonces era agua de río, agua del Lons, por
consiguiente, puesto que no hay otro río por
esta parte. Ya hemos llegado adonde queríamos:
el bosque de Saint-Geours, a la orilla derecha del
Lons, y muy cerca de él. No tendremos que hacer
otra cosa que seguir sus márgenes para encon-
trarnos en las ruinas en las que el caballero en-
mascarado os hizo emparedar a su víctima.
Guillermo Pesquidouse oía con la boca abierta
estas deducciones, y Mariana exclamó:
. ¡Oh! ¡señor, es el Espíritu Santo el que os
Inspira!
—Es sencillamente la razón la que me ilumina.
—Pero,—preguntó el albañil, —¿cómo sabéis que
5e trata de unas ruinas?
—Lo que creísteis escombros no es otra cosa,
seguramente, que un hacinamiento de piedras: las
ruinas de la capilla de Saint-Geours. No hay
otras en la región. Esa capilla servía antes de
panteón a los señores de Puyanne, cuyo castillo
y cuyas propiedades están muy cerca... Venid,
Guillermo, no tenemos un instante que perder.
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