la abadía, que le abrió sus puertas de par en
par.
Al alba, Paulino y el caballero habían ido a un
pequeño cercado poblado de robles, cuyas hojas
doraba el otoño, Allí, junto a un rumoroso
arroyuelo en el que un sauce sumergía su argen-
tada caballera, había una tumba, una cruz... ¡y
nada más!
Los dos amigos llevaban sendos ramos de las
flores más lindas que el hermano jardinero culti-
vaba para la capilla. Las depositaron piadosa-
mente sobre la sepultura, y, arrodillándose, ora-
ron...
Aquella tumba era la de Jacoba de Fleurs de
Puyanne...* la pobre Marquesa Dolorosa...
Cuando Lusignan se levantó, estaba muy pálido
y tenía los ojos llenos de lágrimas,
"aulino le cogió la mano, sin decir nada, y se
la estrechó con afecto.
Aquellos dos nobles corazones se comprendían,
y Paulino sabía que el dolor de Santos era de
los que no se borran.
Sin pronunciar una palabra, volvieron a la
abadía, sa
¡Las siete de la mañana!
La pequeña partida iba a ponerse en marcha.
En el patio, soldados y escuderos se despedían
de los monjes, que tan cordialmente los habían
recibido, Para los frailes, aquella era su hora de
recreo.
Didier, a quien la Garde había convertido en
el hermano racionero del convento, —y el cargo
le había hecho engordar bastante, —Didier no era
el que se mostraba menos afectuoso con sus anti-
-guos camaradas...
Esperaba reunirse con ellos muy pronto, según
les decía confidencialmente.
A Paulino y a Santos les costaba trabaio sepa-
Tarse,
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