de aquel alma de niño, reconcentrada en sí misma, -
como todos los seres privados demasiado pronto de
sus padres.
Todo el cariño de mademoiselle Berta era para
aquel sobrinito; pero con la gravedad de sus siete
años y la asombrosa penetración de su inteli-
gencia, Felipe adivinaba que en su tierna existencia
había un misterio. Su corazón altivo se preguntaba
por qué no tenía a su lado un padre, un caballera
noble y poderoso, que le iniciaría en la profesión
de las olas y en el juego de los torneos...
Cuando dirigía estas preguntas a la castellana,
el niño solía obtener respuestas evasivas: su padre
había muerto... su madre estaba lejos... la volvería
a ver algún día.
Y esto era todo... El alma apasionada, llena de
orgullo y de ternura, se cerraba, y la ardiente
imaginación de Felipe suplía lo demás; se forjaba
una vida para él solo, íntima y espléndida, en la
que el ensueño embriagador le aislaba de la
realidad.
A la seña de la castellana continuó la partida
de chaquete, pero el niño no se ocupaba ya de su
libro de viñetas.
Sus hermosos ojos ex «presivos y ardientes se
clavaban en los rostros de su tía y del preceptor,
como si hubiese querido descubrir un secreto.
Felipe estaba sentado en una be gis de diván, en
un rincón oscuro de la vasta sala de honor, muy
Cerca de la mesa de los ceci
Y de repente se quedó tan quieto, que made.
moiselle Berta y el abate le creyeron dormido.
No, Felipe no dormía... Pero, aunque completa-
mente despierto, tenía un sueño extraño..
Una mujer muy hermosa, muy pálida, le mi-
raba... tristemente... dolorosamente... Se había acer-
cado sin ruido, como una visión... :
No la conocía, pero le parecía que no le era
extraña.
de duró algunos segundos. Sus miradas se cru-
ON...
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