] No acabó, pero por el rubor que cubrió su
rostro seductor se adivinaba su pensamiento secreto
y la alegría que le causaba la presencia del joven,
Tambien él había advertido la turbación de Ja-
coba, y sus ojos claros se clavaron un instante en
los negros ojos de la joven. Se habían compren-
dido; se habían comunicado el dulce secreto.
Y una extraña palidez reemplazaba a la sazón a
la candorosa confusión de un segundo antes.
Al día siguiente, Santos de Lusignan, completa-
mente restablecido, quiso despedirse de la caste-
llana de Sablonceause y darle las gracias, lo mismo
que a sus sobrinas, por todas sus bondades.
El señor de Lusignan había hecho que le en-
viasen de la Rochela un elegante traje de caba-
llero, de paño gris plata. Por debajo de su gorra
de terciopelo, adornada con una pluma blanca, se
escapaban sus dorados cabellos, dando un aspecto
de extremada juventud a su rostro grave y varo-
nil. Embutido en su jubón, alta la cabeza, y la
actitud arrogante, el joven resultaba verdadera-
mente gallardo y seductor.
Fué a inclinarse con gentil desembarazo ante
la anciana, sentada en un sillón de alto respaldo
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] tallado.
4 A uno y otro lado, encuadrando con su lozana
juventud a la venerable castellana de Sablonceause,
4 permanecían de pie, silenciosas, las dos hermanas,
] Jacoba y Enriqueta de Fleurs.
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4 Santos se inclinó también ante ellas. Al levantar
sus grandes ojos de aguamarina, que una emoción
intensa oscurecía, quedó un instante mudo de admi-
ración y de asombro.
Las dos jóvenes eran parecidas de cuerpo y de
cara. Las dos tenían la misma tez ambarina, los
mismos labios rojos, la misma frente ancha y pura,
3 las mismas cejas largas y arqueadas, la misma
¡ mirada profunda y dulce de sus ojos aterciopela-
OS... Sólo que los trece años de Enriqueta le
dejahan aun el encanto de la infancia, en tanto
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