—El que me ponga en relaciones con esa
muchacha recibirá cincuenta escudos.
Pascual miró de nuevo al desconocido con des:
confianza.
Ante todo,—articuló, —habría que saber quién
sois, antes de comprometerse.
El tono altanero del villano provocó un gesto
de cólera en el visitante. Pero se contuvo, y, con
calma y dignidad, respondió:
-Soy el barón de Hinse, caballero de la corte
del rey de Francia, personaje poderoso... y muy
querido de Su Majestad... a quien presto servicios
que no olvida...
Pascual y el curandero, deslumbrados, contem.
plaban al hombrecillo que estaba sentado delante
de ellos... ¡a aquel hombre que era un personaje
tan importante!... ¡un amigo del rey!
El barón advirtió la impresión que causaba su
título. Se gozó en ella un momento, y continuó,
en tono campechano:
—De modo, amigos míos, que si podéis pro-
curarme una entrevista secreta con esa muchacha...
—Yo puedo, —dijo brevemente Pascual.
- ¿Cuándo ?
Pascual reflexionó.
—Mañana,—dijo.—Mañana por la noche. ¿Os
conviene ?
—Muy bien. ¿En dónde?
—En donde queráis. En el bosque, por ejemplo,
en la fuente de la Encina Grande.
—No sé dónde está. ¿Me llevaréis vos?
—SÍ.
—Convenido,—dijo el barón sacando de su bol.
sillo una bolsa de seda que tendió a Pascual.—
Aquí tenéis diez escudos. El resto os lo daré
mañana. ¿En dónde os espero?
—Aquí, si queréis venir a recogerme, a las siete
y media.
El barón montó en su caballo, saludó a los dos
hombres con un movimiento de cabeza, y se alejó
rápidamente,
83