Vanamente. No se movían,
—¡Ahora es cuando me hacían falta el capitán
la Garde y sus amigos, sobre todo ese gran gl-
gante que acompaña al barón! Ese haría saltar la
reja como cosa de juego. ¡Estoy seguro de ello!
Se puso de pie sobre la roca, y ahora sus ojos
divisaban perfectamente el río en toda su extensión,
Un relámpago de alegría apareció en su semblante.
En medio del río descubrió una barca que
luchaba contra la corriente, y en ella reconoció a
Didier, que iba remando, y al Ladrón de Corazones
y Mérovic que registraban las aguas armados de
una larga pértiga.
—| Hola!—les gritó.—]] Hola!!
El ruido del agua le impedía hacerse oir de
los otros, y en vano se esforzó en repetir la
llamada.
Cogió una piedra pequeña y la tiró hacia la
barca. Cayó a los pies de Mérovic.
—|Caramba!-—dijo el teniente.
—jNos están tirando piedras!—exclamó el La-
drón de Corazones.
Otro guijarro cayó en el agua, y después
siguieron varios más.
Los tres hombres comenzaron a mirar en todas
direcciones para ver de dónde venían las piedras.
Al fin Didier descubrió a Vicente, y se lo enseñó
a sus compañeros.
Impulsada vigorosamente, la barca se dirigió
hacia el lugar donde estaba el «condottiere». Pronto
estuvieron reunidos todos.
—| Bravo, Frescobaldil—exclamó Paulino.—¡ Nos-
otros que os buscábamos en el fondo del río!
—Pude salir de allí felizmente, dejando al indi-
viduo que pretendía morir conmigo.
—¿No estáis herido?
—En ningún modo. Ha sido un baño nada más.
Pero, venid aquí; he descubierto una cosa muy
interesante,
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