Marchaba por la tierra enfangada: pronto tuvo
que encorvarse bajo las bóvedas cada vez más pe-
queñas, y por fin se arrastró sobre el suelo como
un reptil.
Un objeto blando y largo se deslizó de pronto
entre sus dedos.
¡Oh!...¡un pezl—exclamó,—¿pero dónde dia
blos estoy ?
Verdaderos charcos de agua se extendían por
todo el suelo de la galería, procedentes de las
filtraciones. Escuchando, con el corazón opri-
mido, Bartolomé oyó el ruido próximo del agua.
Bruscamente experimentó un escalofrío; había
comprendido:
-—|El Tesino!—balbuceó enloquecido.—¡El Te:
sino!
Aquello era una revelación. La trampa aquella
debía servir indudablemente para desembarazarse
de gente importuna o de otros a quienes convenía
hacer desaparecer, y este largo conducto subte-
rráneo, que era con frecuencia anegado por las
aguas del río, proporcionaba a la víctima la
muerte más espantosa,
Bartolomé, el criminal endurecido que no creía
en Dios ni en el Diablo, tembló de pies a cabeza.
—¡Virgen Santal—imploró, quizá por única vez
en su vida.
Pero era hombre muy duro para acobardarse.
Amaba la lucha... y al recobrar la sangre fría
intentó salvarse.
En su súbito desconcierto dejó caer la yesca que
le alumbraba, y se encontró envuelto en espesas
sombras.
Sin embargo, continuó avanzando, decidido a
todo antes que a perecer en aquella horrible
cueva.
Ya no sentía tanto miedo por saber que tenía
cerca de sí al Tesino, por oir el rugido estruen-
doso de sus aguas y por sentir a éstas bajo
sus pies.
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