»——Ayudaros en lo que pueda... Pero antes indi-
cadme exactamente el centro de la trampa.
—¡Este esl—indicó el Ladrón de Corazones
poniéndose, de espaldas contra el muro y señalando
la trampa.
Vicente dió unos pasos atrás hasta retirarse en
el lugar más lejano de la cueva. Un silbido surcó
el aire, seguido de un golpe seco y repentino.
—|Bravol—dijo Jarzac.
—|Ya estál—pronunció el «condottiere».—Capi-
tán, ¿queréis mirar si ha quedado el puñal sufi-
cientemente clavado en la madera?
El barón comprendió en seguida lo ocurrido.
Vicente había clavado su arma en la madera de
la trampa. Paulino tiró del puño que aun vibraba,
y notó en él una resistencia que apenas cedía con
sus fuerzas. La trampa se entreabrió.
—¡Qué destrezal—exclamó admirado Mérovic.
—¡Bah!—dijo el italiano.—Eso no es nada. Yo
ro poseo vuestras fuerzas, y las suplo de este modo;
eso es todo. Cuando joven me ejercitaba en lanzar
un estilete desde varias varas de distancia, bien
para clavarlo sobre un árbol o contra el corazón
de un enemigo...
»—| Gracias, señor Frescobaldil—añadió Paulino.
Ya estamos, pues, en la plaza ocupada, A
Y tirando_con prudente vigor del mango del
puñal cuya hoja había penetrado más de la mitad
en la madera, logró el Ladrón de Corazones
atraer hacia sí la puerta de la trampa.
Ya podían penetrar.
El Ladrón de Corazones penetró el primero;
después, Frescobaldi, que trepó también sobre los *
hombros de Mérovic.
Se encontraron en una sala que debía servir de -
biblioteca o de gabinete de trabajo, E
El baróh descorrió una cortina que daba a un :
dormitorio. Al otro lado debía existir una sala
donde estaba la regocijada compañía, pues de
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