con Gennevreuilles, en tanto que Frescobaldi, con
una amarga sonrisa en los labios, esperaba tran-
quilo el momento inevitable para tender de una
estocada a Sauvigny.
Mérovic cruzaba rabiosamente su acero con La
Guyonniére, que flaqueaba visiblemente.
Y Didier, finalmente, mantenía a raya a dos
criados armados que intentaban también inter-
venir en la lucha.
Pero, de pronto, un acontecimiento imprevisto
pareció cambiar el aspecto del combate. El «con-
dottiere» resbaló en una botella vacía que rodaba
por el suelo, y cayó de espaldas.
Sauvigny se lanzó contra él con la espada en
alto...
Vicente parecía perdido...
Pero el Ladrón de Corazones había visto la
escena mientras esgrimía, y arrojándose contra
el adversario del «condottiere» le atravesó de una
estocada a fondo.
El príncipe se abalanzó contra él con el sem:
blante contraído por un gesto feroz... pero Paulino
tuvo tiempo de parar.
Entretanto, Frescobaldi aprovechó la ocasión.
Se levantó rápidamente, y quiso a su vez acudir
en socorro del barón: pero era inútil: éste tenía
al príncipe a su merced.
Se complacía en el combate, y lo prolongaba para
obligarle a rendirse a discreción.
En el otro rincón de la sala, Mérovic se hallaba
en situación apurada con La Guyonnitre. Este
último, una estupenda espada, le aventajaba, y
le acosó contra el muro, habiéndole tocado varias
veces,
Frescobaldi corrió a auxiliar al teniente, cuyo
potente brazo quedaba .en jaque con la habilidad
de su adversario.
Un terrible golpe de su espada florentina tendió
al vizconde en tierra, Mérovic y el «condottiere»
saltaron en seguida junto a Paulino.
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