| Enséñamela !
| Pero... señor!...
—|Te digo que me la enseñes!...
Antes que el muchacho tuviera tiempo para
responderle, levantóse el mendigo, se abalanzó so-
bre él, y le arrebató el medio escudo, brutal-
mente. El pequeño, al principio, quedó como estupe-
facto. Pero pronto lo comprendió tado: acababa
de ser robado.
Corrió hacia el inválido de la cara vendada, que
se había sentado tranquilamente como si nada
hubiera sucedido.
—/Mi dinero, señor, deme mi dinero!
—¿Qué dinero ?—preguntó el otro, flemática-
mente,
—|El medio escudo que me habéis quitado!
—¿Yo? ¿yo te he quitado medio escudo, bribón ?
¡Ya te estás callando si no quieres que te arranque
las orejas!
Pero, sin asustarle estas amenazas, el pobre nifio
insistía, llorando, rogando y amenazando a la vez.
-—|Mi dinero! Devolvédmelo, señor, yo quiero
mi dinero. Es para curar a mi mamá, que está
enferma... ¡He dicho que me lo deis!... ¿lo ofs
bien ?
ban juntamente en el acento del pobrecillo,
En sus mejillas brillaban dos gruesas lágrimas.
De repente, aquel hombre púsose de pie de un
salto. Tenía su cara una expresión tal de mal-
dad, que el muchacho cesó en sus reclamaciones y
sus llantos.
—]Oh por Dios!—gritó espantado,—no me lha-
gáis nada, señor... ¡Mamál... ¡mamál., |ma-
maíta!...
Y huyó como un loco a todo el correr que le
permitían sus débiles piernecillas.
El hombre, sombrío y amenazador, le
plaba.
La cólera, la desesperación y la angustia vibra-
contem-