-—¡No viéne!...
De repente se conmovió, y su atención se recon
centró en un punto que observaba con obstinación
bravía.
Allá abajo, una luz, perforando la nube, aca
baba de brillar al extremo opuesto de la gar:
ganta del valle de Andorra.
La luz avanzaba, balanceándose, como lleva
por un peatón en marcha.
El hombre aproximó un silbato de plata a su
labios y lanzó una modulación aguda, que atri
vesó como una flecha siniestra el quejumbroso
clamor del huracán.
Un sonido análogo le respondió a lo lejos.
—|Por finl—murmuró el hombre.
Y con paso nervioso fué al encuentro del que
venía,
La distancia quedó pronto acortada. j
Cuando ambos estuvieron al alcance de la voz,
preguntó al que traía la linterna:
—| Bartolomé! ¿eres tú?
Una voz contestó:
—Yo soy, señor.
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«LAS NOTICIAS QUE TRAIGO...»
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UÉ hay?-—preguntó, cuando estuvieron ju
¿ tos, el que había sido nombrado «señor»
—¡Vienes tarde!
—Sólo algunas horas.
—Estoy esperando desde esta mañana... ¿Traes
la contestación ?
—Sí, señor duque.
—Dámela en seguida.
¡Tomó con viva impaciencia un pliego
que le entregó su mensajero.
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