compromiso a Su Majestad Católica... ¡ Cuánto
lo siento, señor! ¡Y “en reconocimiento a esta
intentona, en la que casi pierdo la vida, renegáis
de mí y me desterráis!... Pero, bien lo com-
prendo: algún día haréis la paz con el rey de
Francia, ¡y es preciso que no haya tales re.
cuerdos entre los dos!
Medina se iba exaltando, su voz enronquecía
en su garganta; una cólera espantosa contraía
los músculos de su Cara, que, a la luz lívida de
la linterna, le pareció terrible al mismo Bartolomé.
Tormes hizo un gesto terrible de amenaza en
aquella noche sombría,
Bartolomé el Tuerto, que por nada se asom-
braba, quedó asustado ante la cólera enorme del
duque, ese gran señor, tan dueño de sí hasta
entonces,
—¡La suerte está echadal-—exclamó Medina.—
¡Ya estoy resuelto! Desterrado, arruinado, puesto
que mis bienes han sido confiscados, ¡declaro la
guerra a todos... pero una guerra feroz, una
guerra sin cuartel!
—|Contad conmigo para eso, señorl-—añadió
-Bartolomé.—Pero tenemos siempre un espectro que
Nos persigue a través de todo el mun O, y que
nos dará mucho que hacer si no le ponemos
fuera de combate.
—¿Te refieres al Ladrón de Corazones? Ese
- Sorre- de mi cuenta,—dijo el duque.
—Perdonad. ¡Tengo con él una cuenta pen-
diente! Me dió, él o sus gentes, un balazo la
noche de Binasco, cuando el asalto del coche
del dinero del rey, que casi me manda al otro
arrio... Su bala sólo me rozó, felizmente, y
alcanzó a otro...
—A mí me hizo mucho más, —murmuró Tormes
Con voz sombría.—Pero, ¡paciencia! ¡Ya le en-
Contraremos! Yo creí que había terminado mis
centas con él cuando lo del cementerio del con-
vento de la Misericordia.
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