a España, de recobrar el castillo de Tormes,
de volver a ser el duque rico y poderoso de
antes, con sus siervos, sus feudos -y su dorada
existencia...
De pronto el duque, como si compartiese sus
mismos pensamientos, exclamó:
-¡Por el infierno! ¡Yo lo lograré; es preciso!
El rey cederá, o le obligaré a que acceda a mi
demanda. Pero, esperando...
Su frase quedó cortada con un gesto de amenaza.
Su puño cayó pesadamente sobre el brazo de
la butaca, que crujió al recibir el golpe.
De pronto volvió la cara hacia su hermana, y
dijo mirándola fijamente:
Hermana, la respuesta del rey acaba de deci-
dir sobre mi suerte... Se me arrastra, se me
deshonra, quieren hacer un réprobo de mí... Pues
bien, ¡tendrán un bandido, un revoltoso! ¡Un
salteador de caminos!
La joven juntó sus manos diáfanas, cuya sangre
parecía haberse retirado.
¡¡Vos!! ¡Vos! ¿Qué decís, hermano mío?
¡Convertiros en bandido!... ¡robar por los ca-
minos!
Eso es cuestión de palabras. ¿Ladrón?... Yo
seré algo peor si fuese necesario, Hay que vivir,
y para vivir hace falta dinero... El rey de España
me lo ha quitado todo... Yo tengo el derecho
de obrar como él, y lo buscaré donde lo en-
cuentre...
—| Dios mío!
No me permiten ni siquiera ir a Pamplona
para recoger entre las rumas de uno de mis
castillos la fortuna que hay allí encerrada.
¡ Hermano!...
-No te asombres de nada. Puede ser que
sucedan aquí terribles cosas. Acostúmbrate a ver-
las sin desfallecer.
—¡Por piedad, hermano!—dijo la- joven, lo-
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