Full text: Los amores de Francisco I.° y de la Gioconda

que Ramón heredara parte de la fortuna y el re- 
conocimiento de su nombre y su título. 
Ramón creyó ciegamente en la palabra del duque, 
y se unió a él, siéndole fiel, y aun después de hun- 
dirse el duque en la ruina quiso él acompañarle 
en el destierro. 
Otro sentimiento se mezclaba, además, en su 
corazón, que le convertía aun más en adepto 
incondicional del duque. 
Había visto a doña Preciosa, y quedó enamo- 
rado de la gracia encantadora de esta deliciosa 
criatura. 
Desde que estaba al servicio de Medina había 
aceptado las más audaces y comprometidas em- 
presas, y esperaba que algún día el duque le 
premiase todas ellas con una recompensa única: 
Preciosa. 
Un día que se aventuró a formular al duque 
una tímida insinuación sobre esto, el duque le 
contestó con una risa burlona, sin dignarse decirle 
una palabra. 
Ramón devoró el insulto, pero desde entonces, 
dudando que el gentilhombre accediese nunca a 
emparentar con un bastardo, y no pudiendo so: 
portar la convivencia con su bella hermana, pensó 
en abandonar la casa y el servicio del duque. 
Así, pues, cuando éste le mandó llamar, Ra- 
món pensó que era el momento oportuno para 
despedirse de él, : 
Pero la cordial acogida que le dispensó Medina, 
acogida que le recordó los bellos días disfrutados 
en España, selló los labios del secretario. 
—Siéntate, amigo, y hablemos, --ordenó el duque. 
Al mismo tiempo llenó una copa para Ramón. 
—Señor,—dijo éste,-—me complace infinito tener 
ocasión ¿de hablar con vos... quería anunciaros... 
mis descos de recobrar mi libertad. 
Medina frunció el ceño, y su semblante palideció., 
—¿Qué significa eso?... ¿quieres abandonarme, 
Villarreal ? 
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